Los de adelante


30 de octubre, 2017
Denise Dresser

Ah, nuestras élites. Tan acaudaladas, tan privilegiadas, tan poderosas. Beneficiarias del intercambio permanente de favores y apoyos. Beneficiarias de la debilidad institucional que promueven de forma deliberada para asegurar su posición.

Por eso Emilio Lozoya puede pedir la cabeza del fiscal contra Delitos Electorales y obtenerla. O Emilio Gamboa puede usar helicópteros públicos para actividades privadas, sin sanción o investigación. O Carlos Slim puede doblegar a los órganos regulatorios para seguir obstaculizando la competencia a pesar de la reforma en telecomunicaciones. O el dueño de una televisora puede arrebatarle al Ifetel la responsabilidad de tutelar los derechos de las audiencias. O un constructor puede evadir las reglas y construir edificios nuevos que se derrumban y matan.

Élites empresariales y gubernamentales interconectadas, generando desigualdad, contribuyendo a la corrupción, distorsionando la democracia.

Los ricos de México, acumulando fortunas gracias al gobierno o dentro del gobierno. Vía permisos de importación discrecionales y compras gubernamentales y créditos subsidiados y obras que cuestan más de lo que deberían. Vía la reestructuración de la deuda estatal encargada a un amigo y el desarrollo de proyectos inmobiliarios patito y la compra de terrenos que luego se requieren para obra pública y la utilización de prestanombres para hacer negocios.

Múltiples modalidades para volverse multimillonario privatizando lo público, como explica Carlos Elizondo en su nuevo libro “Los de adelante corren mucho: desigualdad, privilegios y democracia”. Decenas de mecanismos ilegales para transferir recursos que pasan inadvertidos por la debilidad del Estado o la complicidad de sus miembros.

En México el poder político es un trampolín para volverse rico y hacer ricos a otros. Amigos, socios, concesionarios, líderes sindicales, abogados, notarios, constructoras. Cada sexenio trae consigo una camarilla de cuates dedicada a la extracción, a la expoliación, al saqueo. Y su dinero no sólo termina en Panamá o las Islas Caimán; también compra protección jurídica. Hoy en México no hay igualdad ante la ley y ese principio básico es una simple simulación. Hoy en México el poderoso se ampara y rara vez termina en la cárcel. El político rapaz o el empresario corrupto siempre será protegido por el procurador en turno, cuyo trabajo es ser un buen garante de impunidad.

El ex procurador Raúl Cervantes fue bautizado como el Fiscal Carnal, pero no era una excepción, sino la regla. El papel de la procuración de justicia en el país es asegurar que los miembros de la élite jamás pongan pie en un penal, a menos de que sean chivos expiatorios.

¿Y el costo de este entramado elitista, extractor e impune? Democracia limitada y desigualdad socioeconómica exacerbada. Con elecciones cada vez más caras porque las élites se benefician del dinero en efectivo que recorre el sistema electoral, comprando votos y conciencias. Con ríos de financiamiento privado ilegal y dinero de las arcas públicas de los tres niveles de gobierno, que se usa para asegurar favores futuros.

Con medios informativos que reciben apoyos, filtraciones y contratos de publicidad oficial que llevan a portadas penosas de periódicos como El Universal y Excélsior. Privilegio tras privilegio, apuntalado por un sistema fiscal que cobra pocos impuestos a quienes tienen más. El mexicano común y corriente le teme al SAT; el millonario se ríe de él.

Para las élites este modelo ha sido funcional. Pero los riesgos para los privilegiados -como argumenta Elizondo- van en aumento y harían bien en reconocerlos. La crisis de inseguridad del país afecta la inversión, la rentabilidad y el crecimiento económico, la vida misma. Hasta el momento, los oligarcas se han protegido con guaruras y elementos de seguridad privada que asombrosamente superan en número a cualquier fuerza de seguridad pública del país.

México elitista. México corrupto. México desigual. México violento. Estos son retos que las élites con demasiada frecuencia ignoran, o piensan que serán resueltos si logran colocar a otro protector de privilegios en Los Pinos. Pero como cita Elizondo, “Gobernar es el arte de evitar que todos se enojen al mismo tiempo”. En México siguen imponiéndose las élites de adelante que corren mucho, mientras los de atrás se quedan ahí. Y hay muchos enojados.