Rápido y furioso


17 de abril, 2017
Denise Dresser

Hoy se estrena en pantalla, una película para toda la familia. Apta para todo público, ya sea priista o panista o perredista o cualquier político. Imperdible. Emocionante. Edificante. Repleta de héroes y villanos, perseguidos y atrapados, procuradores eficaces y policías valientes.

El cortometraje de la aprehensión de Javier Duarte producido por la PGR y distribuido -por pura y total coincidencia- antes de la elección que el PRI no quiere perder. La cinta de acción a modo, con un guión diseñado para hacernos creer que el PRI sí persigue a sus prófugos, el Fiscal Carnal sí aprehende a sus cuates, la PGR sí investiga de manera adecuada y el sistema de justicia sí funciona. Aplausos entonces para los rápidos y furiosos.
Rápidos y furiosos sólo cuando les conviene serlo, sólo cuando la coyuntura electoral lo exige, sólo cuando el gobierno de Estados Unidos -en el caso de Tomás Yarrington- interviene.

La PGR demostrando celeridad selectiva, eficacia intermitente, eficiencia a conveniencia. Muy lenta para investigar a OHL y a Odebrecht; muy veloz para encontrar a los villanos favoritos que le permitan al PRI lavarse la cara en Atlacomulco. Muy ineficiente para encontrar fosas e identificar restos; muy eficaz para armar extradiciones por motivos de emergencia. La intempestiva “localización” de Duarte como el “arresto” de Yarrington evidencian todo lo que está mal con la impartición de justicia en el país. La politización, la discrecionalidad, el aparato judicial y policial puesto a disposición del poder en el momento que lo necesita. Veloz y furibundo para unos; impávido e impasible para otros.

Esa PGR ahora ensalzada, antes paralizada. Esa PGR ahora enaltecida, antes cómplice. Javier Duarte repentinamente encontrado cuando la PGR desoyó las docenas de advertencias que la ASF presentara en su contra. Javier Duarte milagrosamente aprehendido cuando la PGR y el gobierno federal cerraron los ojos ante los reportajes que Animal Político elaboró sobre la red de empresas fantasma que tejió. Javier Duarte maravillosamente detectado, cuando quienes lo atrapan son los mismos que lo dejaron escapar.
El PRI que hoy patea a Duarte es el mismo que lo dejó ser. La Procuraduría que hoy pide la extradición de Duarte es la misma que durante años no lo investigó. El Presidente que hoy se distancia de Duarte es el mismo que alguna vez lo presumió. Lo único que ha cambiado son los vientos políticos. Las instituciones no; las personas no; las reglas no.

Tan es así que cuando Duarte reaparece, la PGR reserva la información sobre Odebrecht. Pemex hace públicos algunos contratos, pero redactados para proteger a los que necesitan protección. Expedientes en Brasil vinculan a Emilio Lozoya con un soborno de 5 millones de dólares, y todos callan. Brasil investiga, Perú investiga, México oculta. Y oculta. Y va contra unos pero no contra otros.

Y el Estado lleva a cabo aprehensiones espectaculares de las criaturas deformes que engendró: Raúl Salinas, Elba Esther Gordillo, ahora Javier Duarte. Pero el patrón de la justicia disfuncional continúa y continuará hasta que las instituciones encargadas de impartirla sean autónomas e independientes. Hasta que haya procuradores independientes y no fiscales carnales.

Ahora que el Senado se una velozmente para celebrar, ojalá actuara de manera entusiasta para reformar. Para cambiar lo que urge cambiar. Para modificar el artículo 102 constitucional y brindarle a México lo que le falta: un Fiscal General independiente que no sea cuate del Presidente; un sistema de nombramiento que involucre a la sociedad civil en vez de ignorarla o manipularla; una Ley Orgánica de la nueva Fiscalía que produzca una verdadera renovación y no otra simulación; un Fiscal Anticorrupción que sólo asuma su cargo cuando la normatividad de su función haya cambiado, y pueda actuar en vez de tapar. Una revisión integral para combatir la cuatitud, la politización, el modus operandi de una justicia que no fue diseñada para hacer cumplir la ley sino para aplicarla discrecionalmente.

Ahora que los rápidos y furiosos se ponen de pie y brincan de felicidad por Duarte, harían bien en recordar los motivos de su júbilo. Lo que celebran no es justicia. Es -parafraseando a Alfredo Lecona- ver a priistas aplaudiendo a priistas que detuvieron a un priista que desvió dinero público para campañas de priistas.