Árbitros amañados


19 de junio, 2017
Denise Dresser

Algo está mal con los árbitros. Algo está mal con los réferis. Algo no funciona con los que deberían presidir el juego electoral de forma imparcial, pero no logran hacerlo.

El Instituto Nacional Electoral y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, antes aplaudidos por su profesionalismo y hoy criticados por su politización. Antes celebrados por su neutralidad, hoy cuestionados por alejarse de ella. Frente a las obvias irregularidades en el Estado de México, nunca sonaron el silbato, ni sacaron la tarjeta roja, ni expulsaron a jugadores que metieron el pie o cambiaron la portería de lugar. Permitieron las trampas y los fauls y el juego sucio. Avalaron un partido en el cual el equipo del Estado metió a 25 jugadores a la cancha y avasalló en ella, de mala manera. Y con ello autorizaron un autogol a la democracia que debían vigilar y hoy debilitan. Los árbitros en México no previenen o sancionan las mañas; las permiten.

Al cerrar los ojos. Al ser omisos. Al colocar toda la carga de la prueba sobre los partidos que padecen las trampas del PRI, como si la función de la autoridad electoral fuera tan sólo instalar casillas. Al argumentar -como lo ha hecho el TEPJF- que no hay evidencia de que los programas sociales incidan en el resultado electoral. Al darse palmadas en la espalda -como lo ha hecho el INE- porque no se demostrado el fraude en las urnas, mientras ignora todo lo que ocurrió antes de que el voto fuera depositado ahí.

Los árbitros convertidos en simples espectadores, en meros cuenta votos, en figurines que avalan la pulcritud del partido y desechan la evidencia del uso de esteroides por los jugadores del tricolor. Árbitros que ya no son indispensables para el desempeño de la democracia sino funcionales para las estrategias extralegales del PRI.

En eso se han convertido los consejeros del INE y los jueces del Tribunal. En árbitros útiles para la simulación detrás de la cual se esconde una democracia electoral descompuesta. En réferis cuyo trabajo no es asegurar la cancha pareja sino normalizar la inequidad, normalizar la omisión, normalizar el deficit de fiscalización, normalizar el juego comprado.
Así están acabando con la gran apuesta de toda una generación; la tarea de crear un andamiaje institucional para dotar de certeza y credibilidad a las elecciones. Con reglas claras, abiertas, conocidas, predecibles y parejas. Con autoridades impolutas, prestigiadas, independientes, autónomas.

Ese esfuerzo fundacional para asegurar la democracia electoral se ha ido perdiendo con decisiones que en lugar de generar mayor legitimidad han producido mayor incertideumbre. Fallos sin rigor, deliberaciones sin consistencia, veredictos sin verdad.
La cuestionable integración del Consejo General del INE en 2003. La controvertida actuación de la autoridad en la elección del 2006, declarando un ganador antes de que ocurriera la validación oficial. La problemática decisión de desechar las quejas sobre las tarjetas Monex y Soriana en 2012. La refutable deliberación que permitió al Partido Verde conservar el registro a pesar de las reiterades y sistemáticas violaciones a la ley. Y en el caso del Tribunal, durante la última década ha actuado sin ton ni son, con cambios inesperados en criterios jurisprudenciales, con argumentos poco rigurosos que no contribuyen a sentar precedentes, con decisiones políticas que después se intentan racionalizar vía soportes jurídicos endebles. Así se ha ido minando la democracia electoral; así se ha ido edificando “la (in)justicia electoral” como la llaman Hugo Concha y Saúl López Noriega.

Hoy tenemos entonces una democracia sin garantes. Una semi-democracia con instituciones que no saben cómo defenderla o no quieren hacerlo. Ya sea por presiones o chantajes o falta de voluntad o cobardía. Ya sea por la reducción de su labor al escrutinio de actas, minimizando el mandato constitucional de asegurar la equidad y el piso parejo.
Árbitros autocomplacientes que terminan avalando todo aquello que fueron elegidos para combatir. La compra de votos, las tarjetas rosas, el uso electoral de programas sociales, el desvío de recursos públicos mediante tarjetas de débito y tanto más. Las mañas del PRI-gobierno que corren en contra del juego limpio. Los fauls que el árbitro concede, mientras el PRI da tiro libre contra la democracia. Gol tras gol.