Desfiguración


18 de marzo, 2019
Denise Dresser

Qué deseos de meter a los líderes de la Cuarta Transformación en una máquina del tiempo. Regresarlos a 1988 cuando Manuel Clouthier marchaba contra el autoritarismo y la estatización de la economía. Transportarlos a los tiempos de Carlos Salinas cuando denunciábamos el uso clientelar de la política social.

Enviarlos de vuelta a la elección de 1994 cuando desde Alianza Cívica peleábamos por el piso parejo en las contiendas electorales. Encerrarlos en la habitación desde la cual Porfirio Muñoz Ledo negoció las reformas de 1997 que nivelaron el terreno de juego y le permitieron al PRD ganar la capital. Sentarlos delante de José Woldenberg para que les dé un curso intensivo de representación política y razones para impulsarla. Porque todo indica que ignoran la historia del sistema de partido hegemónico y la Presidencia todopoderosa. O no les preocupa imitarlo. O tienen la intención de edificarlo otra vez.

Con medidas -una tras otra- que subvierten la pelea democrática de décadas: promover la equidad, separar al partido del gobierno, asegurar que la oposición pudiera contender en condiciones de igualdad, colocar cercos alrededor del poder presidencial para que no pusiera el sistema político a su servicio. Y ahora vemos cómo la 4T usa la legitimidad democrática para emprender acciones antidemocráticas; usa el poder que le dieron en las urnas para asegurar su predominio ahí. La “revocación del mandato” concurrente con la fecha de renovación del Congreso, para asegurar que López Obrador esté en la boleta y su popularidad se desparrame sobre el partido dominante. La propuesta de reducir en 50 por ciento el financiamiento público a los partidos, justo después de que Morena gana la Presidencia de manera arrolladora y podrá compensar la pérdida del financiamiento público con acceso al presupuesto y los programas sociales. La proposición de reducir el número de curules y plurinominales en el Senado.

Medidas que antes tenían sentido para desmontar a la partidocracia pero ahora se despliegan para afianzar la dominancia de Morena y reducir la presencia de la oposición. AMLO llegó gracias a la competencia y ahora cambiará sus condiciones; AMLO triunfó gracias a las reformas que aseguraron la representación de minorías políticas y ahora buscará reducirlas; AMLO es Presidente gracias a enmiendas que promovieron la equidad y ahora intentará trastocarlas. Desde el gobierno mimetiza aquello que denunció como oposición. Y además promueve una redacción ambigua -como la del artículo 83 sobre la revocación del mandato- que “tiene como objeto que la ciudadanía decida la permanencia del titular del Poder Ejecutivo”. El Presidente puede afirmar que no se reelegirá; si lo desea preguntará si debe permanecer.

Habrá quienes vitoreen estos cambios, presentados ostensiblemente como esfuerzos para mejorar la democracia. Pero estarán celebrando la erosión democrática, no su profundización. Al ignorar el principio de la institucionalización de la incertidumbre, al cambiar las reglas del juego después de ganarlo, al romper el imperativo de equidad, al usar la revocación como instrumento para consolidar su mayoría en el Congreso, la 4T demuestra qué es y qué quiere hacer. En nombre de la ruptura antisistémica, revocar las reglas democráticas; en nombre de la promesa de cambio, ofrecer la restauración; en nombre del rompimiento con el pasado, la garantía de resucitarlo. Luego de triunfar, los ganadores quieren hacer trampa. Hoy se exige lo que durante décadas se repudió.

Hoy se demanda el regreso de los usos y costumbres del poder que las luchas cívicas de los ochenta y noventa quisieron modificar. Como la alternancia no produjo los resultados deseados, ahora se buscará acabar con ella. Como la democracia electoral se corrompió, ahora se vale eliminarla. Como la Presidencia acotada no logró transformar al país, habrá que regresarle los poderes metaconstitucionales que perdió. Pero para quienes se han vuelto aplaudidores acríticos y operadores de la desdemocratización habría que recordarles lo que prefieren olvidar: ya vivimos la era del partido mayoritario, del Estado omnipresente, del Presidente omnipotente. Y así nos fue. De diferentes formas, Fox, Calderón y Peña Nieto traicionaron o dañaron a la incipiente democracia mexicana. Pero no por ello deberíamos permitir que Andrés Manuel López Obrador la desfigure por completo.