Así va a ser el Fiscal Anticorrupción y así lo trata el Senado encargado de diseñar sus funciones y designarlo. Un cimiento clave del Sistema Nacional Anticorrupción, hoy relegado al papel de jarrón sobre la mesa. Una piedra de toque de lo que debería ser el nuevo edificio, convertido en un recipiente floral. Después de años en los que la sociedad civil hizo su trabajo, la clase política no hace el suyo. Posterga y pospone en lugar de arreglar y designar. En el Senado continúan las disputas en torno a cuates, las discusiones en torno a cuates. Mientras tanto, la posibilidad de un Fiscal fuerte e independiente se marchita cual margarita deshojada por los partidos.
La Fiscalía Anticorrupción nació con problemas de designación y de diseño. Y debido a ello la Junta de Coordinación Política en el Senado se ha arrogado la tarea de elegir pero sin la transparencia necesaria o la supervisión indispensable. Mimetizando las designaciones de Eduardo Medina Mora, Raúl Cervantes, Norma Piña y Javier Laynez, las cúpulas partidistas negocian tras bambalinas, arman convocatorias al vapor, marginan a especialistas de la sociedad civil, se niegan a aceptar la existencia de un Comité Técnico que ayude a definir perfiles e idoneidad.
En vez de regirse por el principio de máxima transparencia, optan por la tradición de máxima opacidad. En lugar de crear condiciones para una Fiscalía autónoma, engendran condiciones para una Fiscalía maniatada.
Lo mismo ocurre con las leyes que normarán su actuación, escritas para asegurar que el Fiscal nazca subordinado. Nazca agachado. Nazca tan dependiente de la PGR que no sea capaz de investigar la podredumbre que corroe al país.
El Fiscal Floral será subalterno del Fiscal Carnal. Quien resulte nombrado después de un proceso fársico tendrá que pedir permiso, perdón y presupuesto a Raúl Cervantes, bautizado como cuate del Presidente y de la clase política porque lo es. Y por ello el Fiscal Anticorrupción -de acuerdo con la legislación actual- podría ser removido en cualquier momento. Apenas se acerque a la verdad, probablemente acabará inhabilitado para seguir persiguiéndola. Apenas empuje investigaciones libres e independientes, seguramente descubrirá la esclavitud política en la cual nació. De allí el imperativo de modificar el Artículo 102 constitucional para dotar de autonomía real a todos los fiscales que vendrán, empezando por el Fiscal General, e incluyendo al Fiscal Anticorrupción.
Pero el Senado no lo hace porque no quiere. Ningún partido desea una investigación seria a Odebrecht, a OHL, a gobernadores de todas las estirpes, a políticos prófugos o a ex Presidentes que hayan perdido el fuero y la protección política que provee. Ningún coordinador parlamentario quiere colocar una potencial soga al cuello alrededor de personajes que actualmente pueblan su recinto. Por eso, los escándalos que sacuden a otros países, producen encarcelamientos, provocan inhabilitaciones y llevan a destituciones, aquí son sólo la nota del día.
Transitamos del escándalo al encubrimiento, de la indignación a la desolación. O a la frustración al ver que Raúl Cervantes dedica más tiempo a cabildear en su favor, que a investigar en nombre del país. Como no hay Fiscal Anticorrupción, no hay combate a la corrupción. Y parafraseando a Pablo Milanés, "el tiempo pasa, nos vamos volviendo viejos". México decrépito.
Ante lo que ocurre y no ocurre, el colectivo #FiscalíaQueSirva -formado por organizaciones y expertos de la sociedad civil- exige poner un alto. Exige frenar en lugar de simular. No puede haber nombramiento del Fiscal Anticorrupción si no se producen los cambios que garantizarán su éxito. Jamás habrá un combate efectivo a la corrupción si se siguen creando instituciones y nombrando personas que harán imposible esa labor. Jamás acabaremos con el pacto de impunidad que nos paraliza como país si el Senado continúa sustituyendo las mejores prácticas por los peores vicios. Jamás habrá investigados y sancionados sin fiscales con las atribuciones legales para llevar a cabo esas tareas.
Lo que sí habrá es más impunidad, más convocatorias huecas que convierten al Senado en un lugar donde se desechan leyes eficaces y se aprueban arreglos florales.