La bengala


15 de julio, 2019
Denise Dresser

Cuando un barco está en peligro, su tripulación suele disparar una bengala en señal de auxilio, pidiendo ayuda. Así lo hicieron quienes comandaban el Titanic, con la esperanza de que el Carpathia acudiera a salvar a los tripulantes a bordo de la nave que se hundía.

Así lo hizo el ex secretario de Hacienda Carlos Urzúa con la carta de renuncia que hizo pública y la entrevista que tan cuidadosamente orquestó. Quiere alertar, busca iluminar, intenta mandar un SOS para evitar el desastre que advierte. El iceberg contra el cual el nuevo gobierno ya ha chocado o el cual quizás aún puede esquivar. El iceberg en el que se ha convertido un Presidente que no escucha, un gabinete que sólo aplaude, una serie de políticas públicas contraproducentes y una transformación que crea más hoyos en el buque, en vez de repararlos. El capitán de la 4T acelera los motores, pero su primer oficial le anuncia que la nave hace agua.

Y no clama por neoliberal o traidor o porque se opone a cambios que el país necesita. Urzúa cuenta con una brutal claridad lo que sucede en los entretelones del lopezobradorismo, y el panorama que describe en el cuarto de máquinas llevaría a cualquiera con sentido común a saltar por la borda. El gobierno está tomando decisiones de política pública sin el suficiente sustento y sin catar las consecuencias. Está destruyendo programas sin evidencia de su mal desempeño y reemplazándolos por otros sin saber si funcionarán mejor. Está imponiendo funcionarios incompetentes a lo largo de la administración pública que llegan ahí por leales y no por preparados. Está permitiendo la perpetuación de los conflictos de interés que han caracterizado al capitalismo de cuates que mantiene maniatado a México. Está haciendo inviable la instrumentación de un proyecto de izquierda, neokeynesiano con la capacidad real de encarar la concentración de la riqueza y disminuir la desigualdad.

Y cuando alguien intenta decírselo al Presidente es ignorado o marginado o vilipendiado o se le contradice y humilla en público. La única función del gabinete es reordenar las sillas en el Titanic. Su único trabajo consiste en seguir tocando el violín mientras el agua entra por todos los agujeros heredados o producidos en los últimos siete meses. La cancelación del aeropuerto de Texcoco con el cual AMLO envía el mensaje de quién manda, pero a un costo altísimo para los contribuyentes. La imposibilidad de mantener los programas sociales prometidos cuando el crecimiento se contrae y la confianza de los mercados disminuye. Los problemas que produce tener en puestos clave a personajes cuyos intereses empresariales crean constantes conflictos de interés. La apuesta a obras como Santa Lucía y el Tren Maya, caracterizadas por muchos buenos deseos y poca planeación. La propuesta de construir una refinería que no costará lo que el Presidente asegura ni producirá los beneficios que Rocío Nahle promete. Ejemplo tras ejemplo señalado por Urzúa, donde lo que se impone no es la racionalidad sino el voluntarismo.

Habrá quienes insisten en que la nave va, quien la dirige nunca se equivoca, la tripulación es de primera y aquellos avizorando la tormenta o los arrecifes son malos analistas o malos mexicanos. Pero ojalá miraran lo que Carlos Urzúa se empeñó en alumbrar a la hora de despedirse del capitán. Lo subraya sin reparos: "Le dije (a AMLO) que si las cosas iban mal me iba a ir". Y las cosas van mal. La bengala disparada coloca bajo la luz el pésimo plan de negocios de Pemex, la mala administración de CFE, el pleito costoso e innecesario en torno a los gaseoductos, y las amenazas que todo ello podría producir para la ratificación del T-MEC.

Quienes se quedan a bordo podrán seguir obedeciendo ciegamente a AMLO, podrán seguir descalificando a Urzúa, podrán seguir diciéndole al comandante en la cabina de mando lo que quiere oír mientras taladran boquetes en la cubierta del acorazado "Me canso ganso".

Lo innegable es que Urzúa pide un golpe de timón y AMLO prefiere seguir navegando sin compás, sin barómetro, sin otro mapa que el de su voluntad, sin más cartografía que sus corazonadas. Lo cierto es que Urzúa -el hombre que más sabe sobre el estado de las finanzas y la economía del país- se tira al agua en busca de un bote salvavidas. Y el Presidente, en lugar de reaccionar ante la bengala premonitoria del naufragio, reitera que vamos viento en popa.