No es de demócratas


10 de febrero, 2020
Denise Dresser

"No es de demócratas", tuiteó la secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, sobre la reelección disputada del secretario ejecutivo del INE.

Y con esa frase, esa intromisión y ese pronunciamiento encapsuló las intenciones de la 4T sobre la autoridad electoral, cuya autonomía -hoy más que nunca- está en juego. Desacreditarla para después controlarla. Señalar sus vicios para luego reproducirlos. Exhibir sus errores para entonces ponerla a su servicio. Es obvia la acción concertada en la que el propio Presidente ha participado para hacer con el INE lo mismo que ha hecho con otros organismos creados con un mismo fin. Desmantelar el predominio del PRI, nivelar el terreno de juego para la competencia partidista, desarmar el sistema de partido hegemónico, transitar a una democracia imperfecta que, a pesar de sus múltiples defectos, fue la que le permitió a Morena ganar y a la señora Sandoval ocupar su puesto. Ahora que la 4T ganó, no quiere que ninguna otra fuerza política pueda volver a lograrlo.

Y eso no es democrático. Eso es usar a las instituciones de la democracia para debilitarla aún más. Eso es cambiar las reglas del juego sobre la marcha para morenizarlo ad infinitum. Eso es ignorar la historia de la transición, distorsionando sus logros y limitaciones. Ahora hay voces pro-gubernamentales que mienten y descaradamente. Van tras el INE y tergiversarán todo lo que sea posible para que vuelva a ser lo que fue: una organización controlada por el PRI/gobierno para organizar y calificar elecciones en las que siempre ganaba el PRI/gobierno.

Advertir las intenciones des-democratizadoras de la auto-llamada 4T no equivale a hacer una defensa acrítica del INE o minimizar las trapacerías electorales del pasado o suponer que la autoridad electoral y sus consejeros han sido impolutos. No es así. Como lo advirtió Mauricio Merino en El futuro que no tuvimos, la autoridad electoral, joya de la corona con José Woldenberg al frente, comenzó a perder su lustre desde 2003. En ese año, la representante del PRI, Elba Esther Gordillo, junto con el representante del PAN, Germán Martínez, se repartieron el Consejo General del IFE, excluyendo a la izquierda. Violaron los acuerdos fundacionales que llevaron a la ciudadanización del órgano electoral y la reglas que permitieron una competencia más justa por el poder. Los hoy aliados políticos de AMLO minaron la esperanza de dignificar la democracia electoral en México.

Los acuerdos democráticos fueron sustituidos por la repartición partidista, por la lógica de cuotas y cuates, por el encono desatado con el desafuero, por la elección polarizante del 2006 en la cual debieron haberse recontado todos los votos para devolverle la confianza perdida a la autoridad electoral. A partir de entonces hemos tenido un IFE-INE que no siempre cumplió con su papel de garante imparcial, que no siempre promovió la austeridad que se le exigió, que no siempre denunció la compra de votos o el uso electoral de los programas sociales o el desvío de recursos mediante tarjetas de Monex y Soriana. En muchas instancias el INE ha sido inerte e inconsistente, partidizado y politizado. Ciego, sordo y mudo cuando debió haber sido vocal, robusto y eficaz ante la irregularidades electorales en el Estado de México, en Coahuila, en el Partido Verde. El árbitro concedió los fauls y los partidos permitieron que el sistema electoral fuera así; ellos mismos lo truquearon, ellos mismos lo descompusieron.

Hay razones genuinas para cuestionar el comportamiento de Lorenzo Córdova y el INE y el Tribunal federal electoral; para evidenciar cómo contribuyeron a esconder y simular una democracia electoral descompuesta. Cómo produjeron fallos sin rigor, deliberaciones incongruentes, veredictos sin verdad. Pero en lugar de hacer un diagnóstico adecuado que produzca correcciones necesarias, López Obrador y Morena buscan acabar con la gran apuesta de toda una generación: la construcción de un andamiaje autónomo que provea piso parejo, dote de certeza y credibilidad a las elecciones, opere con reglas claras, abiertas, predecibles y parejas, y esté conformado por consejeros independientes del gobierno y del partido en el poder. AMLO quiere pasar de la "in(justicia) electoral" a la captura política; de la partidización del INE a su morenización. Y eso no es de demócratas legítimos. Es de dictadores perfectos.