Esa mano masculina a la cual tantas mujeres temen porque han padecido el dolor que produce o la humillación que provoca. Mano machista, mano sexista, mano misógina, mano maleducada. Omnipresente en el transporte público, en las escuelas, en las universidades, en los parques, en los baños públicos, en los propios hogares. Cinco dedos activos en la extremidad del juez que ampara a un Porky acusado de pederastia, con los cuales redacta una posición que resume cómo México todavía trata a sus mujeres.
Con desdén. Con paternalismo. Con violencia verbal o física. Desde el manoseo hasta la mala interpretación de la ley. Desde el acoso sexual hasta el desamparo legal. Desde la tortura hasta el “tocamiento”. Y en el caso del juez de Distrito Anuar González, una sentencia indignante resumida en el titular del periódico The Guardian: “Hombre mexicano dejado en libertad en caso de acoso sexual a menor de edad porque no lo disfrutó”. Porque el juez argumentó que no había “intención lasciva” y por lo tanto no hubo “abuso sexual”.
Porque aunque el presunto culpable introdujo sus dedos en la vagina de Daphne, eso fue sólo un “roce o tocamiento incidental”. Porque ella no estaba indefensa; podría haberse cambiado al asiento de adelante. Y más. El juez convierte la narrativa del abuso en un caso clásico de “he said, she said”.
Como ha explicado Estefanía Vela en su espléndido texto en Nexos, los argumentos del juez son muy problemáticos y muy reveladores. Para él, escribiendo con manos masculinas, “el problema no es que no se comprobó qué hizo Cruz, sino que no se comprobó que lo hizo por placer”. La concepción que el juez tiene sobre lo que significa el acoso sexual y que sólo se da si entraña “placer sexual” no está contenida en ninguna jurisprudencia. Proviene de la mentalidad de un hombre mexicano, como tantos. Proviene de aquello que Marina Castañeda bautizó como “el machismo invisible” que en esta sentencia se visibilizó.
Una constelación de valores y patrones de conducta que afecta todas las relaciones interpersonales, y que transita desde la casa hasta los juzgados. Una forma en la cual los hombres se relacionan con las mujeres, reflejada en cifras, datos, sentencias y amparos; 87.7% de mujeres en la Ciudad de México se sienten inseguras en el transporte público; 79.4% de mujeres de 18 años y más se sienten inseguras en la calle. Toda mujer, en algún momento de su vida ha tenido miedo a un hombre. Y en México hay demasiadas Daphnes.
Mujeres que son víctimas de hombres a los cuales conocen y víctimas de jueces que dicen conocerlas. Mujeres que después de ser acosadas o violadas, no son creíbles o audibles. La verdad no es su propiedad, ni ahora ni nunca. Lo que les corresponde es que hombres hablen por ellas, como lo hizo el juez González y les expliquen cómo fue su experiencia del “tocamiento” o el “roce incidental”.
La premisa que une al hombre que aprieta la nalga en el Metro y el juez del caso Porky es la misma: yo tengo derecho a controlarte. Yo tengo derecho a tocarte. Yo tengo derecho a explicarte. Déjame enseñarte quién eres, qué sientes y para qué sirves. Allí, incrustado en nuestro mapa mental y nuestro sistema legal: la masculinidad imperante, definida de mala manera. Al estilo Trump. Al estilo de quien le bajó el calzón a la periodista Andrea Noel. Al estilo de tantos jueces y no sólo el del caso Porkys.
Gracias a la presión social, el juez González fue suspendido y hoy se encuentra bajo investigación por el Consejo de la Judicatura Federal. Pero su caso es sólo un botón de muestra en un cajón repleto de botones. Todos los días vemos otro: redondito, reluciente, repulsivo. Y sí, habrá hombres que resistan las generalizaciones, las categorizaciones sobre su comportamiento.
Ojalá ellos sean nuestros aliados en un lugar donde la bondad y la empatía trasciendan el género. Ojalá ellos comprendan que la vida de la mitad de la población del país -sus mujeres- está siendo drenada por las múltiples variantes de la violencia. Ojalá comprendan, como lo evidencia la campaña de ONU Mujeres #NoEsDeHombres, que en el largo arco de la historia les toca estar parados en el lugar correcto. No contra nosotras, sino al lado de nosotras.