Taquería Trump


23 de enero, 2017
Denise Dresser

Quienes marchamos en Washington el sábado lo sospechamos, los percibimos, lo tememos. La sensación colectiva de algo venturoso que termina y algo amenazante que comienza. Donald Trump presidente, y el mundo como lo conocíamos cede el lugar a la incertidumbre. A la angustia. Al aislacionismo y al proteccionismo y al racismo. Al peso en caída libre y al muro por venir.

Porque yo soy de las que creen, como señala el historiador Timothy Snyder, que hay que creerle al autócrata. Hay que tomar en serio lo que tuitea, y lo que proclama y lo que promete. Y entender que la democracia liberal en Estados Unidos así como en otras latitudes se encuentra bajo acecho. Nuestra generación, que aplaudió la caída del muro de Berlín y el arribo de Obama, ahora enfrentará lo impensable. No el fin de la historia, sino el regreso de la historia. No el triunfo de la democracia, sino la vuelta de quienes no creen en ella.

En Rusia. En Francia. En Alemania. En Polonia. En Hungría. A lo largo de Europa donde la derecha xenófoba va ganando elecciones y cercenando derechos y erigiendo barreras y cerrando mentes. De pronto, la OTAN en juego. El liderazgo de Angela Merkel amenazado. Putin jugando a la intervención y a la desestabilización geopolítica en Siria para acabar con la democracia liberal en Europa.

Ese “nuevo orden mundial” que trajo consigo el fin de la Guerra Fría, ahora desdibujándose ante nuestros ojos. La idea fundacional del progreso como motor de la historia, que desembocaría felizmente en gobiernos electos, la promoción de garantías individuales, la creación de sistemas capitalistas. Esa era -con el triunfo de Trump y sus implicaciones- parece estar llegando a su fin. Y en su lugar, brotan en todas partes esos regímenes que Fareed Zakaria bautizara como “democracias iliberales”.

Gobiernos democráticamente electos que no creen en la garantías individuales ni en los contrapesos ni en la tolerancia ni en la diversidad ni en las instituciones representativas. Gobiernos como el que acaba de ganar en Estados Unidos. Gobiernos producto de los problemas que la democracia liberal no logró resolver, como argumenta Jennifer Welsh en “The Return of History”. La desigualdad creciente. El crecimiento económico languideciente. La inmigración desbordada. Los refugiados sin país que recorren Europa, buscándolo.

Todo ello parte de una tendencia global caracterizada por la “recesión democrática”: democracias de baja calidad, corroídas por la corrupción, responsables de nuevas formas de persecución a sus adversarios y opresión a sus minorías. Lo impactante de los últimos meses ha sido presenciar el regreso del iliberalismo al lugar que históricamente ha sido su antítesis. Estados Unidos hoy, involucionando, regresando a ese país polarizado, confrontado, dividido, que fue durante la Guerra Civil. Estados Unidos bajo Trump, normalizando el nacionalismo y la xenofobia y la retórica de la rabia.

Trump como arquetipo de aquello que asola de manera creciente y ahora a su país. El populismo de “nosotros el pueblo” contra las “élites” insensibles. La idea de que él representa una victoria para “la gente real, común, decente”. La noción de que él enarbola los intereses de la clase trabajadora, ignorada por las élites educadas y rapaces. Esa es la narrativa que ha vendido, esa es la historia que ha contado. Un cuento de muros indispensables y mexicanos malos y chinos amenazantes y americanos aislacionistas. Una caricatura de republicanos redentores y demócratas desalmados, de “hechos alternativos” versus medios deshonestos. Y en el ápice del poder un narcisista patológico, que sólo busca usar a su país como un espejo que lo refleje al doble de su tamaño.

Ahora, para entender a Estados Unidos habrá que dejar de pensar en su “excepcionalismo”; dejar de creer que los mejores ángeles de la República salvarán a los peores demonios del Trumpismo. Con él y el fenómeno que ha desatado, nuestro vecino se va a mexicanizar. La cuatitud se va a mimetizar. Con Trump la corrupción presidencial va a ser aceptable, el capitalismo de cuates va a ser promovido, la desacreditación de los medios va a ser costumbre, la vulgarización de la investidura presidencial va a ser cotidiana. En la Oficina Oval ya no habrá un hombre pensante sino un bufón delirante. Y Trump construirá un muro para protegerse de México, cuando en realidad lo que hará es emularlo.