Hubo un moderador afable, algunas viñetas personales, varios argumentos importantes, y al final los aplausos y la foto de rigor. Y al bajar del escenario me pregunté como lo hago casi siempre: ¿Por qué no había más mujeres en el escenario? Me doy cuenta de esta ausencia cada vez más. En el aniversario de la Constitución, en la presentación de libros, en eventos universitarios, en la Oficina Oval cuando Trump firmó una orden ejecutiva, incluso en mesas redondas celebrando el Día de la Mujer. Hombres, hombres y más hombres. Un índice de masculinidad perfecto. Clubes de Toby por doquier.
Y va la pregunta: “¿Por qué?”. No formulo esta interrogante desde el feminismo militante o el resentimiento recalcitrante o el rencor contra hombres que forman parte de mi vida, ayer y hoy. Algunos admirables, otros no tanto, pero nunca he pensado que el género opuesto existe para ser aniquilado, denostado o emasculado. Fui educada para pensar que yo o cualquier mujer podría ser científica o astronauta o Premio Nobel o Presidenta. A lo largo de mi carrera he estado rodeada de mujeres pensantes, exitosas, creativas, que se han salido del rebaño, que han empujado las fronteras de lo posible. Sin embargo, ninguna de ellas fue invitada a participar en el panel al que asistí, ni a tantos otros donde hay una multitud de pantalones y ni una falda bien puesta.
En la Ciudad de México nos enorgullecemos de vivir en una urbe ilustrada, progresista. Tanto la izquierda como la derecha liberal se dan palmadas en la espalda por empujar la agenda de género, y se ríen cuando a las mujeres en Arabia Saudita no se les permite manejar, se indignan cuando las mujeres en África Occidental son sometidas a la mutilación genital, se consternan cuando a alguna mujer afgana la obligan a casarse a los 13 años. En México nos congratulamos porque las mujeres -dicen- tienen más oportunidades, más educación, más libertad. Y sin embargo allí estaba sentada yo en el presídium, con otros seis hombres.
Pensando que si un país consistentemente ignora o subestima a 50 por ciento de su población, nunca va a lograr modernizarse. Crecer. Competir. Avanzar. Ninguna empresa humana podría prosperar si excluye a la mitad de su talento. Pero México lo sigue haciendo a pesar de las aportaciones femeninas. Poco reconocidas, poco aplaudidas, pero irrefutables. 43.8% de las personas ocupadas en la economía nacional son mujeres. 11% del total de personal ocupado en la industria de la construcción son mujeres. 34.5% del total de personal en la industria manufacturera son mujeres. 51.3% del total de personal ocupado en comercio al menudeo son mujeres. 47.9% del total de personal ocupado en el sector servicio son mujeres. El valor del trabajo no remunerado de labores domésticas y de cuidado que proveemos equivale al 18.0% del PIB.
Cada vez más mujeres que rechazan el anonimato como la condición natural para la mujer. Cada vez más mujeres deseosas de tener la habilidad para actuar en el dominio público. De asumir el lugar que nos corresponde en cualquier discurso o movimiento o tarea esencial para la acción, para el futuro del país. Ya sea en Los Pinos, o en la Universidad, o en las planas editoriales, o en los partidos, o en las oficinas corporativas, o en los paneles, o en el matrimonio. Sitios que dejarían de funcionar si las mujeres cesaran de laborar. Hospitales sin enfermeras, escuelas sin maestras, hogares sin cocineras, aviones sin pilotos.
Y porque creo que las mujeres tienen derecho a ocupar el espacio público, sin violencia, sin discriminación, sin hombres que hablen por ellas, me sumaré al paro internacional convocado para el 8 de marzo. Un paréntesis que busca enseñarle al mundo lo que pasaría si nosotras paráramos de trabajar y educar y pensar y estar presentes en él. Me sumaré a la convocatoria para ser valiente en nombre de otras mujeres. Porque no hay una sola razón por la cual hoy en día sigan existiendo paneles sin mujeres. Porque no hay un solo trabajo que no pueda ser realizado por mujeres. Porque lo preguntaba Clare Boothe Luce: “Si algún ser divino hubiera querido que pensáramos solo con nuestro útero, ¿para qué nos dio un cerebro?”. A usarlo entonces, el 8 de marzo y siempre.